A los 76 años, Paul McCartney lleva a cuestas un currículum más que abultado. Fue parte de una de las bandas más influyentes del siglo XX durante los 60; logró tener una carrera solista (bajo su propio nombre, pero también al frente de Wings) que superó en popularidad a la de sus excompañeros de banda; y también supo nivelar su propia vara artística, en un recorrido que acumula más logros que fracasos, aun cuando dentro de este último grupo varios se acerquen al derrape. Con más de medio siglo de trayectoria a cuestas, Macca sabe que no necesita hacer rendiciones de cuentas de ninguna decisión que tome, por más que a veces eso implique jugar con fuego.
Critica: Paul Mc Cartney – “Egypt Station”
Egypt Station es fiel reflejo de esos extremos. A lo largo de sus 16 canciones, McCartney hace y deshace a su antojo, y esa carencia de rendición de cuentas (al fin y al cabo, se trata de un beatle) hace oscilar la balanza durante el recorrido ferroviario que propone su hilo conductor. “I Don’t Know” es una puesta en presente de Sir Paul: una balada guiada por un piano y una guitarra acústica en la que su voz quebradiza juega a favor de una letra en la que los problemas se resuelven con experiencia de vida. El paso del tiempo se convierte en nostalgia en “Come on to Me”, un rock allá Wings sin pretensiones, en donde las teclas vuelven a llevar el pulso, compuesto desde el punto de vista del propio autor imaginándose en una fiesta en los 60 y queriendo ir de levante.
Esa tensión entre pasado y presente se hace aún más evidente en “Happy with You”, una canción acústica en la que McCartney marca el tempo con pisadas al igual que en “Blackbird”, sólo que ahora la narrativa cuenta cómo reemplazó viejos hábitos por el amor (“Solía tomar mucho, me olvidaba de volver a casa / Le mentía a mi doctor, pero en estos días no / Porque estoy feliz con vos y tengo muchas cosas buenas para hacer”). La canción transita la misma senda que un par de tracks más adelante retoma “Confidante”, quizá prima lejana de “Here Today”, su elegía a John Lennon de 1982 (“Supiste ser mi confidente, mi amigo fiel / Pero me desenamoré de vos y terminé nuestro romance”). Las cosas no resueltas con su exsocio creativo parecen reflotar en “Do It Now”, en la que vuelve a tomar el piano por asalto para un clima dramático sostenido por un telón de cuerdas y varias capas de armonías vocales.
De a poco, Paul McCartney da lugar a todas sus facetas bienintencionadas y se embandera con causas nobles, aunque los resultados no siempre llegan a buen puerto. “Despite Repeated Warnings” es una oda ecologista que en sus siete minutos de duración cambia de forma repetidas veces con elegancia, de balada al rock clásico con escalas en la psicodelia amable. En “Who Cares”, Macca se pone al hombro otro rockcito, esta vez para cantarle a una potencial víctima de bullying escolar de una manera bastante sobreprotectora (“¿A quién le importa lo digan los idiotas? ¿A quién le importa lo que digan? / ¿A quién le importa el dolor en tu corazón? / ¿A quién le importás? A mí”). Para el momento de “People Want Peace”, el oyente es víctima de una cruel contradicción: uno de sus momentos melódicamente mejor logrados del último tiempo, opacado por una letra que peca de excesiva inocencia en favor de la paz mundial.
“Fuh You”, con su clima símil Imagine Dragons, su melodía a lo Maroon 5 y su juego de palabras soez no hace pensar en otra cosa que la necesidad de querer esbozar un guiño a un público joven, lo que también habilita la pregunta de cuál es la necesidad detrás de eso siendo nada menos que Paul McCartney. Tampoco sale airoso en la sucesión de errores que supone “Back in Brazil”, entre su clima de bossa nova electrónica, teclados Casiotone y una letra que la remata el grito de “ichiban” (la voz japonesa para “número uno”). Justo cuando todo parece desmoronarse, “Caesar Rock” ofrece la contracara de estas nuevas búsquedas: una canción construida desde la experimentación sonora en el estudio, con guitarras pasadas al revés y texturas que vuelan cerca de The Fireman, su proyecto con el productor Youth, mientras su voz se pone a la altura de los momentos más crudos de RAM, su segundo disco solista.
Entre tanto caos y creación, Egypt Station esconde dos de las mejores canciones que Sir Paul haya firmado en mucho tiempo. Envuelta en un clima pastoral que muta hacia la grandilocuencia de Electric Light Orchestra, “Dominoes” podría medirse codo a codo con varias canciones deChaos and Creation in the Backyard sin despeinarle el jopo entrecano a su autor. Sobre el final, McCartney vuelve a caer en la tentación de cerrar un álbum con un medley de tres canciones dentro de una misma pieza: “Hunt You Down / Naked / C-Link” entiende como un todo a un movimiento fragmentado en tres partes que amaga con poner a su autor cerca de AC/DC para luego reemplazar con cuerdas y piano el machaque guitarrero. Un giro inesperado conduce luego a un nudo melódico lleno de mccartismos efectivos, que sin preavisos desembocan en una coda instrumental blusera, con el dueño de casa a cargo de la guitarra eléctrica principal. Entre tanto cambio brusco, McCartney se pasea por cada rincón sin pedir permiso, tal vez su manera de recordarle al mundo que a sus 76 años puede permitirse hacer lo que se le antoja.
Joaquín Vismara / silencio.com.ar